A menudo hacemos el camino de
vuelta a casa con rutina. Paso por al lado de la tienda de mascotas, al girar a
la derecha está la farola defectuosa que a menudo parpadea y en la quinta
planta del edificio donde vive la peluquera, hay una ventana llena de posits. De alguna forma todas estas
señales nos aportan información, pero ¿Qué pasaría si un día no estuvieran esas
cosas que te indican que te estas acercando a casa? ¿Y si tu fachada cada día
tuviera un color distinto o las ventanas se multiplicaran?
Nos situamos en la capital
española. De este a oeste, el centro de la ciudad se encuentra respaldado por
dos grandes zonas verdes, el parque del Retiro y el parque de Atenas, que
ofrecen un lugar de descanso, frescura y cobijo del sol. Es este el ambiente
que buscamos para la localización de la casa para María. Por otro lado, la
orientación idónea para que el sol no incida directamente sobre la calle, es de
norte a sur. Creo que conozco este sitio, con estas características.
Descendiendo de la Plaza Mayor,
atravieso la desordenada trama atajando por la amplia avenida que es más
directa y está llena de comercios. Así, llegando a la plaza Cascorro, encuentro
una bifurcación; elijo tomar la derecha, la calle arbolada. Está en pendiente y
sombría, así que resulta confortable descender por ella, aunque un tanto
inanimada. La mayoría de los bajos están cerrados, y apenas se ve el final de
los edificios debido a la espesa manta verde que cubre la calle. Podría
situarse en cualquier parte, cualquier ciudad, no resulta evidente que se
encuentra en el centro de una gran ciudad.
Los edificios son viejos, las
tiendas no muy sofisticadas, pero aun así resulta agradable. Alzando la vista,
se pueden ver algunas ramas llamando a los balcones de los vecinos, que se
encuentran abiertos y a menudo decorados con pequeños maceteros que acompañan el
toque salvaje y fresco que tiene la calle.
Está llena de coches aparcados a
ambos lados de la calzada y las aceras son amplias, pero sin embargo no parece
tener gran cantidad de tránsito, claro que no es hora punta. Al fondo se intuye
el vaivén de coches que cruzan la Ronda, que es clave para acceder a las zonas
periféricas de Madrid.
Es una calle lo suficientemente
preparada para albergar a cantidad de viandantes, pero solo encuentro pequeños
grupos de señoras agolpadas a la entrada de una modesta tienda de comestibles y
solitarios señores.
Desde hace algún tiempo algo ha
cambiado en esta calle. A la altura
donde antes había las persianas viejas de una tienda de autoservicio ahora hay
una pared de ladrillo sin aberturas. Unas señoras descendían calle abajo
cargando la típica silla a rallas azul y blanca, pero no parecen turistas,
además no es tiempo de piscina. Solo alcancé a escuchar que cuando la tarde cae
y la luz se vuelve ténue, algo pasa.